Peregrino y enfermo, vuelvo a Ti,
Dios mío, cansado de peregrinar fuera de Ti, y agobiado por el grave peso de
mis males. Lo he visto; lo he experimentado: lejos de Ti no hay abrigo, ni
hartura, ni descanso, ni bien alguno que sacie los deseos del alma que creaste.
Heme, pues, aquí, desnudo y hambriento y miserable, ¡Oh Dios de mi salud! Ábreme
las deseadas puertas de tu casa; perdóname; recíbeme, sáname de todas mis
enfermedades; úngeme con el óleo de tu gracia, y dame el beso de tu paz que
prometiste al pecador contrito y humillado. ¿A quién, sino a Ti, clamaré, desde
el profundo abismo de mis males, oh Dios mío y Misericordia mía? Cómo el ciervo
herido desea corriente de las aguas, así mi alma corre a Ti, sedienta de tu
amor, y desea tu rostro amabilísimo. ¡Oh Verdad! ¡Oh Belleza infinitamente
amable de Dios! ¡Cuán tarde te amé!, ¡Cuán tarde te conocí! Y ¡Cuán desdichado
fue el tiempo en que no te amé ni conocí! Mis delitos me han envejecido; mis
culpas me han afeado; mis iniquidades han sobrepujado, como las olas del mar,
por encima de mi cabeza. ¡Quién me diera, Dios mío un amor infinito para
amarte, y un dolor infinito para arrepentirme del tiempo en que no te amé como
debía! Más, al fin, te amo y te conozco, Bien sumo y verdad suma, y con la luz
que Tú me das me conozco y me aborrezco, pues yo he sido el principio y la
causa de toda de mis males. ¡Conózcale yo, Dios mío, de modo que te ame y no te
pierda! ¡Conózcame a mí, de suerte que sepa aborrecerme y no me busque
vanamente en cosa alguna! ¡Que yo viva para ti, Dios mío y vida mía, de modo
que Tú seas mi verdadera vida y mi salud perfecta para siempre! Amén.
